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domingo caluroso, almorzamos en un restaurante cercano con unos familiares que
nos habían invitado. Cuando llegamos a casa nos sentamos Sangara y yo en el
salón para reposar el almuerzo y ver una pequeña ración de televisión. Estaban
dando las noticias y hablaban de un conflicto reciente.
– ¡Madre mía! –exclamó Sangara
preocupada. – Esos son los del país de la tierra del gran oso, que se han
liado.
– Sí, llevan ya unos cuantos días
pegándose palos, por no sé qué historias. –le confirmé, ya que veía pocas
noticias últimamente.
Terminamos de ver la televisión y
Sangara se fue a hacer sus cosas, mientras yo daba un rato de escritura. A la
media hora de estar enfrascado con el ordenador me llegó Sangara de nuevo.
– Velgar, ¿tú qué sabes de la Caja
de Pandora? –me preguntó, inquieta.
Dejé lo que estaba haciendo y la
miré.
– Lo que tengo entendido sobre el
tema es que era una caja que los Dioses le regalaron a Pandora, advirtiéndole
que no la abriera. Pero le pudo más la curiosidad y cuando la abrió se repartieron
todos los males por el mundo. Intentó cerrarla de nuevo, pero tan sólo quedo
dentro la Esperanza. Es mitología griega… Ya sabes, las pruebas de los dioses.
–le dije haciendo memoria. – ¿Por qué me preguntas eso? –pregunté intrigado.
– Porque está aquí Leonardo, y no
para de decirme; – ¡La Caja de Pandora,… la Caja de Pandora!
– ¿¡¡El gran Leonardo da Vinci está
aquí!!? –le pregunté sobrecogido.
– Hola… ¿Cómo está usted? –me
peguntó una voz diferente.
– ¿¡Leonardo!? –pregunté
impresionado.
– No me he podido resistir y he
venido a ver a la Reina. –me explicó.
¡Estaba hablando directamente con
ese gran genio, yo, Velgar, no me lo podía creer!
– La Reina estaba preocupada con esa
noticia que ha escuchado. –empezó a contarme. – Por eso he bajado. La Caja de
Pandora es una caja que yo construí en mis tiempos, y en la que oculté siete
pliegos. –me informó. – Todavía no han descubierto el misterio que contiene.
–me reveló.
– ¿Y qué misterio es ese, señor? –le
pregunté respetuosamente, y sobrecogido.
– En ellos escribí los siete sellos
del apocalipsis. Yo en vida, me elevé como ella, también hasta lo más Sagrado,
y por eso dejé tanto trabajo hecho. Uno de mis trabajos fue ese… –me reveló. –
También siguen elucubrando sobre quién es la Gioconda. Aún no lo han
descubierto.
– Me parece que Napoleón también
estaba enamorado de ese cuadro tuyo. Lo puso en su estancia privada y se le
iban las horas admirándolo embobado. ¿No es cierto?
– Sí. Él también sabía muchas cosas,
como yo. La Gioconda no era la lecherita, como decían algunos…, es Sangara.
– ¿¡¡Sangara!!? –pregunté atónito.
– Sí, en él dejé escrito que ella
bajaría a la tierra, por estas fechas, se elevaría a lo más alto de lo Sagrado,
y dejaría escrito el devenir. –me reveló. – He bajado a informaros que el
primer sello se ha roto. –me soltó de sopetón.
– ¿¡¡¡ El primer sello del
apocalipsis!!!? –pregunté, mientras un escalofrío me recorría el cuerpo.
– Sí… Ella también lo tiene pintado
en su cuadro de la virgen del país de la tierra del gran oso. –siguió
contándome.
Leonardo,
cambió su voz hacia un tono más grave, y articulando las palabras más despacio,
me reveló pausadamente.
– El primer sello, son las guerras.
El hambre de ese pueblo lo llevará a querer invadir otros territorios. Las
naciones se unirán contra ellos, y se iniciará la tercera guerra… los que
tienen para comer, no se preocupan de los que pasan hambre. –me dijo.
– El segundo sello, son las
epidemias que vendrán a consecuencia de la guerra.
– El tercer sello, es la peste que
seguirá a esas epidemias.
– El cuarto sello, es la sequía.
– El quinto sello, es el hambre que
pasará la humanidad.
– El sexto sello, es una enfermedad
llamada sida, que debido al caos reinante, se propagará por todo el mundo,
diezmando la población.
– El séptimo sello, encerrará los
seis anteriores.
Cuando terminó su letanía, que
escuché boquiabierto y petrificado, le pregunté;
– ¿Nostradamus también habló de todo
eso, verdad?
– Sí, él también dejó escrito mucho del
devenir de la humanidad. Todavía no han conseguido descifrarlo todo… No debéis
sentiros afligidos por todo esto, ya estaba escrito. Y no debéis atemorizaros
por nada. No os pasará nada. Bueno, yo me marcho. Ha sido un placer conocerlo…
Cuidadme a esta bella mujer.
– La cuidaremos, no se preocupe.
Adiós Leonardo, para mí también ha sido un placer.
Sangara volvió a reencarnar su
cuerpo, y nos quedamos mirándonos un buen rato, sin mediar palabra, hasta que
Sangara me dijo;
– Yo ya no me aflijo por nada. Ya
has visto como se porta la gente conmigo. ¡Allá ellos con lo que hagan! ¿A ti
te preocupa todo esto, Velgar? –terminó preguntándome.
– Cada vez menos. Han perdido todos
la fe, y como a dicho Leonardo, los que tienen para comer no les importa nada
que los demás no coman, y siguen actuando mal. Además, si ya estaba escrito,
¿cómo vamos a poder cambiarlo nosotros? –le pregunté.
– La verdad es que ahora mismo no lo
sé.
– Y, si pudiésemos cambiar algo,
¿haríamos bien en hacerlo? Ten en cuenta que si eso está escrito será por algo.
Ya estaban avisados y han seguido actuando mal. Si se les quita sin pagarlo,
ellos ni se enteran ni lo agradecen, y podrían seguir igual o peor… Bueno ya
veremos más adelante si podemos hacer algo por remediarlo. De momento para que
preocuparnos.
Me senté delante del ordenador, e
introduje en el buscador el nombre del famoso cuadro. Cuando abrí la imagen le
dije a Sangara, que estaba allí conmigo.
– ¡Qué quieres que te diga, ahora
estás más guapa, que como te pintó Leonardo!... ¿¡Así que por eso no te quisiste
acercar al cuadro, la vez que estuvimos allí, no!? –le pregunté, recordando
aquel episodio de nuestra primera visita a Tierra luz.
– No sé. No me pude acercar… Era una
fuerza superior a mí. –me respondió.
Por la noche dimos un paseo y volvimos
pronto. Estábamos cansados. Ya en la cama, a punto de coger el sueño, Sangara
me dijo;
– ¡Velgar, está aquí Leonardo y no
para de mirarme!
– Bueno, y qué… Déjalo. –murmuré
medio dormido.
– Sí, señor. –me contestó su voz. –
Es verdad, estaba admirándola y lleva usted razón. Es más bella que en el
cuadro… Bueno, ahora sí que me marcho, adiós.
– Adiós, Leonardo. –le contesté
quedándome dormido al instante.
∞